La gente de antaño de Kalacua
y Putina, solía contar con orgullo y satisfacción, que entre los años de 1900 a
1960, tuvieron una vida agitada y azarosa, porque en este periodo se hicieron
realidad varios proyectos anhelados por los naturales.
Entre los proyectos de
envergadura, cuya concretización costó dolor y lágrimas, además de esfuerzo y sacrificio
son: la compra del valle de San Cristóbal (1906), creación del distrito (1944),
la nueva habilitación urbana de Calacoa-Bellavista, construcción del acueducto
de San Cristóbal (30) y la ejecución de la carretera (50).
Para hacer realidad el sueño
de todos los tiempos y concretar este caro anhelo, los “cabecillas” de estas
comunidades han actuado como buenos estadistas, logrando derrotar primero a la
oposición pesimista, en segundo lugar al sub desarrollo y en tercer lugar al
flagelo de los fenómenos naturales.
Kapuntopampa
(lado oeste) y Kallsaypampa (este) se llamaba la antigua colina de grandes
torbellinos y fuertes vientos. Era una pampa polvorienta y un paraje poco
fértil, cuando aún nadie presagiaba que este pedazo de tierra sería la
acogedora del futuro y prometedor asentamiento humano denominado
CALACOA-BELLAVISTA.
En
medio de inmensas piedras que aparentaba ser un “jardín pétreo”, cuyos
pasadizos eran matizados con el verdor de la chilca y la tola, entre otros
montes silvestres, yacía el panteón donde daban el último adiós a sus seres
queridos. También era el lugar propicio para hacer chuño en la época de noches
heladas de invierno.
Además,
era escenario propicio para comer el rico “chupe” y danzar junto a los negros,
jarp’as y zambas al compás de los pules y/o del charango, luego de haber
cumplido con la faena de relimpiar la acequia “grande”. Labor festiva de los
aborígenes de “Kalacua y Putina”.
Es
aquí donde el día apacible de aire melancólico de Todo Santos, solía
convertirse por las tardes pálidas de sol amarillento en un volcán de fuego
incontenible, cuando los jóvenes coetáneos de ambos pueblos salían a
desafiarse: primero para demostrar con destreza su fuerza varonil mediante
golpes a puño limpio, y finalmente terminar en una lucha campal; costumbre
tradicional que fue perdiendo su auge furioso conjuntamente con la desaparición
del antiguo camposanto.
Esta
pampa era al mismo tiempo mudo testigo de los quehaceres nocturnos de los
“yatiris o laycas”, encargados especiales de acceder ante los seres “supremos”
del bien o del mal, mediante plegarias y mesadas, con el objeto de lograr una vida
dichosa o derramar sus maldiciones, para arruinar a otro ser que se cruzó en el
camino.
Lo
más probable es que en ese entonces, muy pocos soñaban que aquel inhóspito y
frígido lugar sería escenario de importantes acontecimientos; sin embargo, la
inclemencia y el desafío constante de los fenómenos naturales, hizo que los
habitantes de las comunidades de Kalacua y Putina, pongan empeño en la
reubicación de sus terruños para guarecer en un aposento de mayor garantía.
Para
lograr ese objetivo, se vieron obligados a deshacerse del cementerio que se
encontraba enclavado en el corazón de la pampa (actual Centro de Salud). Por
supuesto que dicha tarea no fue del todo fácil, pero tampoco podían dar marcha
atrás, teniendo en consideración la urgente necesidad y la premura del
tiempo.
Es
así como se animan a reubicar a sus seres queridos que se fueron sin retorno al
“más allá”. A partir de entonces, el panteón de viejas y caídas cruces, pasó a
ser el mejor campo deportivo recreacional de la época, que en adelante sería
escenario de innumerables jornadas deportivas al servicio de varias
generaciones.
Aunque
la distancia de la nueva urbe se hizo poco más alejada del clima templado,
además del rico aroma de las flores y las plantas que rodeaban a los pequeños
pueblecitos, de pronto tuvieron que conformarse con la rápida llegada de los
rayos solares de las mañanas y con la friolenta polvareda del atardecer
pampeño.
CALACOA-BELLAVISTA
UNIDOS PARA SIEMPRE
La
aparente belicosidad y el orgullo separatista que siempre dejaron traslucir los
habitantes de estos pueblos, hace presumir que entre ambos nunca hubo esa
unidad sin límites; pero el trabajo mancomunado que siempre han mostrado en el
camino recorrido, también es señal de que el uno es imprescindible para el
otro; es decir, ambos se necesitan para
seguir haciendo historia. Dentro de esa relación que aparentemente refleja una
férrea unidad entre ellos, también suele resaltar esa costumbre vanidosa de
corte divisionista, que de pronto es superada con sapiencia e inteligencia.
Sin
embargo, está demostrado que en medio de satisfacciones y sin sabores, las
mujeres y varones de Kalacua y Putina, siempre han logrado en forma conjunta
muchos y grandes objetivos. Es que por
sus venas fluye la sangre aimara, tienen las mismas costumbres, y llevan
consigo el mismo abolengo. Más aún, son amigos entrañables que juntos han
recorrido el largo trecho de sus vidas, y como buenos vecinos, han sabido
superar las vicisitudes del momento.
Ahí
está CALACOA-BELLAVISTA, un pueblo incomparable, que como producto de
la ardua labor de sus hijos de antaño se yergue imponente y orgulloso;
mientras espera impaciente el esfuerzo
sincero y honesto de sus “líderes”, para seguir forjando su desarrollo acorde
con la evolución social, político, económico, tecnológico y cultural de la
humanidad. La antigua colina de los que se fueron sin retorno, hoy es cuna de
grandes y prósperos ciudadanos. La otrora pampa cenicienta es la llamada a ser
protagonista de hechos importantes…pero eso será cuando sus autoridades
trabajen con honradez y visión de futuro.
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